Termina agosto, comienza septiembre, es una época muy especial, el cambio de las temperaturas en los mares y océanos se acelera. Las costas comienzan a vaciarse y las épocas de veda de muchas especies han finalizado. Todas estas modificaciones hacen de esta temporada un momento único para pescados y mariscos, en especial para algunas especies como la dorada salvaje.
La dorada es un pescado que podemos encontrar a lo largo del todo el año, gracias a ser una de las especies que mayor desarrollo ha tenido en la acuicultura, criaderos y piscifactorías se encargan de satisfacer de forma continua la demanda. Pero la dorada salvaje mantiene su estacionalidad, necesita que las aguas marinas comiencen a perder temperatura para encontrar su momento óptimo de captura.
Frente a sus hermanas criadas en cautividad la dorada salvaje presenta una textura y un sabor marcadamente diferentes, bien por el tipo de alimentación, bien por el entorno donde alcanza su madurez. Es esencialmente carnívora y basa su dieta en moluscos, crustáceos y pequeños peces, mientras que las de criadero evolucionan con piensos de alto rendimiento. La salvaje está en contínuo movimiento, este ejercicio provoca una carne más prieta y mayor infiltración de grasa en la carne, que le otorga el sabor y el aroma característicos. Esto no quita méritos y virtudes a la dorada de piscifactoría, pero sería como comparar un buen jamón con un 5 J. Es inevitable, el sabor tiene su precio.
Visualmente usted podrá diferenciar una dorada de otra atendiendo a su característica mancha de la cabeza, marcadamente amarilla (o dorada) en la salvaje y de una tonalidad grisácea y negra en el pescado de piscifactoría. También el tamaño y forma avisan de su origen, las salvajes son más grandes, dando los ejemplares menores un peso de 1 kilo y los mayores pueden alcanzar hasta los 7 kilogramos. Las desarrolladas en granjas marinas suelen ser más estandarizadas en peso y tamaño (entre 400 y 800 gramos).
Observará también que las “silvestres” son más esbeltas, con escamas apretadas y firmes y la aleta suele ser más alargada.
En la cocina la generosidad de la dorada es infinita, prácticamente cualquier preparación de pescado puede ser escenario para que la dorada salvaje sea protagonista. Y de este derroche de altruismo han dado buena cuenta chefs y cocineros, convirtiéndola en estrella de un sinfín de platos.
Elija la forma que más le guste: al horno, a la brasa, a la plancha, al vapor, en crudo – existe todo un recetario de preparaciones japonesas- , frita, empanada… Troceada se integra a la perfección en sopas, calderetas y guisos, sola o en compañía de otros productos marinos.
Y confraterniza con todo tipo de salsas y condimentos, ya sea vinagreta, mayonesa, salsa tártara, alioli, de limón, jengibre…
Pero la receta más conocida es la dorada a la sal, tanto por la sencillez y naturalidad del proceso como por el resultado. Con este procedimiento de cocción, tan antiguo como la humanidad misma, el pescado queda muy jugoso y tierno, la sal absorbe la grasa y lo cocina de forma suave y homogénea, trasmitiendo simplemente su aroma yodado al mismo tiempo que sazona ligeramente el producto. Este método, que optimiza los sabores de las doradas en general, consigue con una dorada salvaje niveles sublimes, pues le permitirá apreciar en toda su extensión las cualidades organolépticas de este pescado.
Tan solo recuerde que el pescado debe estar entero y muy fresco, que puede estar sin eliminar las vísceras o limpios, pero en este último caso han de limpiarse por las agallas, sin abrirlos, y conservar las escamas. Ha de utilizar sal gruesa marina sin refinar.
Pero si no quiere complicarse la existencia recordando estas reglas, bastará con que nos recuerde que su dorada va ser cocina a la sal y se la entregaremos en perfecto estado de revista.
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